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lunes, 9 de marzo de 2015

Capítulo I.IV - Caza de Magos

-¡Es increíble que deje de llover justo cuando llegamos al pueblo! – protestó Maen -.

-Eso es un buen augurio, amigo – sentenció Tarsius II sacudiendo su abrigo mojado y salpicando a todos – Estoy seguro.

Los dos pícaros se miraron, uno con desconfianza, el otro esperanzado. No se daban cuenta de que su otro compañero de viaje, estaba parado en la plaza del pueblo, mirando a todos lados buscando algo.

-Ya hemos llegado, Lancel – se adelantó Maen - ¡Al fin!

-Tengo hambre, ¿dónde está la taberna? – preguntó Tarsius II -.

-Creo que lo mínimo que os debo es un buen desayuno, después de todo lo que me habéis ayudado – dijo Lancel - ¿Qué tal si buscamos la taberna y os invito a una buena comida caliente?

-Nunca digo que no a una buena comida, amigo – respondió Tarsius II emocionado -.

-Sobre todo si es gratis… - añadió Maen por lo bajini -.

La taberna estaba cerca de la plaza mayor. Un pequeño edificio de madera de dos pisos de altitud con un cartel colgante en la puerta que rezaba “Taberna de Valleverde”.

-No se han esmerado mucho con el nombre – dijo Maen – Esperemos que se esfuercen más con la comida.

-No te quejes tanto, Maen - Tarsius II abrió la puerta de un empujón y entró el primero en la taberna -.

La taberna estaba bastante concurrida; aunque la mayoría de los jornaleros se habían ido ya a realizar sus labores de cada día, aún había unos cuantos que se resistían a marcharse. La principal razón de ello era que apenas se tenían en pie.

Tarsius II avanzó entre la multitud buscando un lugar en el que poder sentarse. En seguida apareció la joven camarera que le arrolló antes de llegar a la barra.

-Buenos días – le deseó ella con una sonrisa - ¿Qué desea? – Tarsius II comenzó a mirarla de arriba abajo, deteniéndose en su voluptuoso escote, intentando buscar una réplica ingeniosa y a la altura de semejante visión-.

-Una mesa, gracias – se adelantó Lancel indiferente ante los encantos de la chica. Ella asintió y les hizo un gesto para que la acompañaran. Tarsius II echó una mirada distada al hechicero que le ignoró -.

-¿Viajeros? – preguntó ella – No solemos recibir tantas visitas, sobre todo de gente tan dispar - siguió ella sin esperar respuesta -.

-¿Dispar? – se apresuró Lancel a contestar -.

-Pues sí – respondió ella encantada de la atención – Enanos, guerreros… Uno tan alto y fuerte como un roble.

-¿Y magos? ¿Has visto a algún mago?

-No, guapo; pero no es que ellos vayan declarándolo allá donde van, ¿no? – La chica entonces, se percató de algo – Por cierto, ahora que lo dices… Esa ropa que llevas… - una pequeña sonrisa se inició en los labios de la camarera - No serás tú un mago, ¿verdad ricura? – traviesa comenzó a acariciar el terciopelo de su túnica -.

Lancel la espantó de un manotazo.

-Pertenezco al Círculo de Hechiceros, busco a un apóstata que se esconde en este pueblo. Si sabes quién es o dónde está, debes decírmelo o serás su cómplice.

-No sé de qué hablas – respondió ella, su tono se había vuelto más antipático – De los apóstatas se encargan los templarios, quizá deberías preguntarles a ellos, en vez de a una tabernera – le espetó -.

-Perdona a mi amigo, preciosa – dijo Tarsius II saliendo al rescate – Viene del círculo y allí sólo leen libros y meditan, no sabe cómo hablarle a una chica guapa – la joven, pareció relajarse un poco – Háblame de ese guerrero que es como un roble…

-Tarsius, no estamos aquí para… - Tarsius II le hizo un gesto a Maen para que se callara -.

-Está ahí sentado. Detrás de ese grupo – la chica señaló a un grupo de hombres borrachos que estaban cantando una canción de una doncella y un bardo – Sentaos donde podáis, os llevaré algo de beber.

-Espero que no escupa dentro... - pensó Maen en voz alta -.

En cuanto se fue la tabernera, Tarsius II se precipitó hacia el lugar que le había señalado. Sólo era una corazonada; pero esperaba que fueran ellos.

-Tarsius, ¿qué haces? – Maen fue tras él seguido de Lancel – No nos metas en líos que acabamos de llegar.

Tarsius II hizo caso omiso y se abrió paso a empujones entre los cantores que estaban tan borrachos que ni prestaron atención a los codazos. Al fin consiguió pasar entre ellos y se dio de bruces con la mesa en la que un enano y un humano estaban tomando unas cervezas.

-¡Lo sabía! – gritó Tarsius II emocionado – ¿Un guerrero alto y fuerte como un roble y un enano? ¡Sin duda, sois una pareja singular!

Cassel y Ugweyn miraron estupefactos al hombre de ojos azules y cabello rubio que se abalanzaba hacia ellos. Ya había sido casualidad encontrarse ellos dos, después de meses separados; pero encontrar a Tarsius II, sin duda tenía que ser obra de un ser superior.

-¡Cassel, amigo, a mis brazos! – dijo Tarsius II abrazando a Cassel que seguía en la silla sorprendido, sin saber cómo reaccionar – Ugweyn, amigo… - ante el ademán de abrazarlo, el enano levantó una ceja y sin más, Tarsius II paró en seco su intención y le ofreció la mano - ¿cómo estás?

-¿Os conocéis? – preguntó una voz tras ellos -.

-Maen, acércate – ordenó el pícaro – Son mis amigos, con los que estuve antes de llegar a Denerim – Tarsius II alargó el brazo atrayendo a Maen hacia el grupo – Este es mi amigo Maen Radaeris, músico y hombre de letras. Maen, estos son Ugweyn y Cassel – Maen hizo un gesto con la cabeza y les dio la mano – Y hoy nos acompaña también Lancel – Tarsius II echó la vista atrás buscando al mago – Acércate Lancel, no muerden – El mago, se acercó reticente y les saludó con la cabeza.

Sin darles opción, Tarsius II acercó tres sillas a la mesa de sus antiguos compañeros y les hizo un gesto a los nuevos para que se sentaran. Ugweyn aprovechó que el pícaro les daba la espalda para enviarle un mensaje a Cassel: “Comprueba el dinero”. El guerrero le hizo un gesto despreocupado al enano; pero aún así comprobó que su saco de monedas seguía en su lugar.

Tarsius II se sentó en el medio de los guerreros, mirándolos muy sonriente.

-Es que aún no me lo creo, ¿qué haces aquí? – soltó Cassel sorprendido -.

-Es una larga historia – comenzó Tarsius II – Pero si preguntas por qué estamos aquí exactamente, estamos acompañando a Lancel. Nos lo encontramos por en el camino, le habían atacado – los guerreros miraron a Lancel que respondiendo con un gesto de asentimiento – Ahí donde le veis es un mago del Círculo, está en misión oficial.

-En efecto – le interrumpió Lancel – Estoy aquí para cazar a un apóstata y llevarlo al Círculo.

-Perdona chaval – empezó Ugweyn – pero, ¿no se supone que los magos llevan templarios cuando salen de caza?

-Nos atacaron – Lancel se puso colorado – Estábamos acampados y nos atacaron por sorpresa, no nos dio tiempo a responder. Supongo que a mí me dieron por muerto… Si no hubiera sido por ellos, probablemente así fuera.

-Ya… - Ugweyn escéptico miró a Cassel y levantó una ceja -.

-¿Viste a quien os atacó? – preguntó Cassel - ¿Pudo ser ese a quién buscabais?

-No lo sé… - fingió Lancel – Estaba oscuro… No sabría decir.

-Cuéntales toda la historia, Lancel – el mago le miró receloso – Tranquilo, son de confianza. Pueden ayudarnos.

-Está bien – aceptó el hechicero – Es cierto que me envían del Círculo. Uno de mis maestros, llegó hace unos meses de uno de sus viajes con información acerca de un apóstata que vivía en la espesura.

-En la espesura – insistió Tarsius II mirando a los dos guerreros-.

-Eso he dicho, Tarsius – espetó Lancel ajeno a todo – Enviaron templarios a buscarle, pero escapó en el último momento. Una magia muy poderosa le protege – Lancel se iba encendiendo a medida que relataba su historia – Según hemos podido averiguar, se hace pasar por curandero. Engaña a los aldeanos para que le ayuden a escapar y los muy incautos lo hacen. Ya hemos ajusticiado a varios estúpidos por no querer hablar.

-Eso yo no lo sabía – añadió Tarsius II sorprendido -.

-Esconder a un apóstata es un delito, lo mismo que dar falso testimonio acerca de él.

-Así que ajusticiando aldeanos… - a Cassel no le gustaba un pelo todo aquello - ¿Y cómo dices que se llama el apóstata-curandero?

-Ludwyn. Se llama, Ludwyn.

A ninguno de los presentes, salvo a Maen, le sorprendió el nombre. Obviamente el maestro de Lancel era Calder, aquel mago del Círculo que había viajado y compartido aventuras con ellos. El mismo Calder que había luchado contra Ugweyn para salvar a una niña poseída. El mismo Calder al que Cassel había acompañado a lago Calenhad, rompiendo así el grupo y separándose de su amigo enano.
No les sorprendía que el hechicero hubiera denunciado a Ludwyn a la vuelta de su viaje. Él nunca había ocultado su intención. Pero todos tenían la esperanza de que nunca le encontraran, de que su tía le escondiera, de que él se marchara lejos. Estaba claro que se había quedado en Ferelden y por lo que Lancel contaba, había estado viajando y trabajando de curandero. Ludwyn no era un malvado apóstata que utilizara magia de sangre, era un chico tímido y callado al que le gustaban los libros, hacer pociones y ayudar a la gente. Sin embargo, Lancel lo describía como un astuto embustero; un embaucador que había que los demás le ocultaran y mintieran por él. Ese no era el joven que todos conocían.

-¿Y qué vas a hacer con el tal… Ludwyn? – preguntó el enano – Cuando lo encuentres…

-Mis órdenes son apresarlo y llevarlo al Círculo. Allí según las leyes de La Capilla, será convertido en tranquilo.


-Muy bien chico – le contestó afable y apurando el último trago de su cerveza preguntó al grupo - ¿A qué estamos esperado?

martes, 24 de febrero de 2015

Capítulo I.III: Caza de Magos

- ¿Os he dicho ya lo mucho que odio la lluvia? – se quejó Maen por decimocuarta vez. Tenía la ropa empapada. Su abrigo, a la par que otras de sus pertenencias, se había quedado en el remolque del viejo circo que frecuentaba junto con Tarsius II - Si alguien no se hubiera empecinado en desayunar antes de marchar, ya estaríamos en el pueblo – se volvió a quejar -.

- Es la comida más importante del día – aseveró Tarsius II bien abrigado - Así que todo esto es por un mago – siguió Tarsius II ignorando a Maen – Sigue contando, Lancel.

- Un mago no, un apóstata – clarificó el hechicero – Fue identificado por mi mentor en uno de sus viajes. Es originario de Sothmere, aunque hay indicios de que está en Valleverde. Nos llegaron rumores de un curandero que encaja con su descripción.

- Qué curioso, ¿no? ¿Y cómo dices que se llama?

- Ludwyn, se llama Ludwyn.

- No… No me suena.

- ¿Y por qué te iba a sonar? – preguntó Lancel extrañado -.

- Bueno, ya sabes… - comenzó el pícaro intentando salir del paso – Soy un gran guerrero que ha vivido mil y una aventuras. También me he encontrado algún que otro apóstata de esos.

- Ah, ya… Claro.

- ¡Oh, mirad! Ya se ve el pueblo - anunció Tarsius II – Vamos Maen, aligera.

Una vez más Tarsius II se había metido en un lío del que no sabía muy bien cómo iba a salir. Para empezar, él y su amigo se habían encontrado a un mago que bien podría ser un asesino. Por otro lado, él sólo había tenido el gusto de conocer a dos magos en toda su vida; y daba la casualidad de que este posible asesino, iba en busca de uno de ellos.

Había coincidido con Ludwyn en Sothmere precisamente, les había ayudado, tanto a él como a sus, por aquel entonces compañeros, a solucionar un problema con el que casualmente se habían tropezado. Le recordaba como un chico callado, algo tímido pero muy curioso. No haría daño ni a una mosca. Sin embargo Lancel, aunque igual de joven que Ludwyn, tenía algo en la mirada, esa determinación de hacer todo lo posible por cumplir su cometido, pesara a quien pesara. Tenía muy claro cuál sería el ganador en un combate; Ludwyn era un chaval que se dedicaba a curar a la gente, Lancel un mago del círculo apoyado por los templarios. Sin duda estaba en el equipo ganador. Aún así, sentía remordimientos.

- Ojalá te hayas ido ya de aquí, Ludwyn. No sabes lo que te espera.






- Muchísimas gracias Nim  - dijo la mujer abriendo la puerta de su casa – No sabes lo mucho que siento haberte hecho salir de casa con este aguacero.

- No te preocupes, Clara. Lo importante es que tu marido está estable. No te olvides de darle la infusión de hierbas tres veces al día.

- No lo haré – asintió ella – Toma, no es mucho pero… - Clara cogió la mano de Nim y le puso un saquito en ella -.

- No, Clara. No es necesario. Gracias – repuso el joven devolviéndole la bolsa con monedas. La mujer se puso colorada – Volveré pasado mañana a ver qué tal se encuentra Joren.

- Entonces, prepararé ese guiso que tanto te gusta – sonrió ella – Es lo mínimo que puedo hacer.

Nim se despidió de Clara y tras abrigarse bien, salió a la calle en dirección a su morada. Una pequeña casita a las afueras del pueblo. En realidad, la casa era de un matrimonio mayor en la que él tenía una habitación. Había ayudado a la mujer que estaba enferma y el matrimonio agradecido le había ofrecido quedarse con ellos. Pronto se había corrido la voz entre los habitantes del pueblo acerca de sus habilidades y sus conocimientos sobre hierbas, tónicos y métodos curativos; lo que le había hecho muy popular, no sólo entre los lugareños, sino entre los templarios que vigilaban el lugar. Afortunadamente la gente del pueblo le estaba tan agradecida que le avisaban e incluso, le ocultaban cuando había algún peligro.

En estos días en los que había tormenta, Nim echaba de menos su verdadero hogar y a su tía; la mujer que le crió y que le enseñó a controlar su magia. Continuó caminando mientras fantaseaba con la idea de estar en casa y lo que estaría haciendo su tía. Probablemente, cerca del fuego, con uno de sus calderos, preparando algún filtro o alguna poción, perfumando la cabaña con hierbas aromáticas. No pudo evitar cerrar los ojos y evocar ese olor con una sonrisa en los labios.


Y mientras Nim se dejaba llevar por esos pensamientos, no se percató de que la lluvia había cesado, ni de que un arcoíris resplandeciente coronaba el cielo.

viernes, 13 de febrero de 2015

Capítulo I.I - Caza de Magos

Lancel no conseguía dormir, lo ocurrido le había dejado tan desconcertado que tardaría tiempo en asimilarlo. Todo había sucedido tan rápido, ninguno de los templarios había podido hacer nada. Antes de que lograran agarrar sus escudos o desenvainar sus espadas, dos de ellos estaban congelados, otro peleaba contra un gran enjambre de insectos para que no le comiesen vivo y otro gritaba de dolor antes de explotar salpicando a todos de sangre y ácido. Ante semejante espectáculo, Lancel se había quedado paralizado, no es que sintiera especial cariño por la guardia que le escoltaba en su misión; esos hombres que cuchicheaban a sus espaldas, le miraban con desconfianza y apenas le dirigían la palabra; sin embargo, verlos morir de aquella manera le había impresionado.  

Mas lo que no dejaba a Lancel conciliar el sueño, no eran las muertes de aquellos hombres, sino su asesino en cuestión. Habían pasado quince años desde la noche en que se separaron, pero cuando el asesino se quitó la capucha, reconoció a su hermano mayor al instante. Cierto es que al igual que él, Aaron había crecido, además se había hecho más corpulento y tenía un par de cicatrices en el rostro; una encima del labio superior y otra en su mejilla izquierda, su mirada era mucho más dura que antaño y su boca sonreía con una mueca cruel; pero a pesar de todo, no tenía ninguna duda de que aquel individuo era su hermano.

-Hola Lancel, te veo bien – se había dirigido hacia él. Su voz también había cambiado, mucho más ronca y severa – Sé que tendrás muchas preguntas pero no es el momento de contestarlas. Lo único que debes saber es que te han mentido, hay un mundo más allá de los círculos, de los templarios y La Capilla. Un mundo que debes conocer por ti mismo – Aaron miró hacia la arboleda con señal de fastidio -  Eres libre hermano, lo que decidas hacer a partir de ahora es cosa tuya. Volveremos a vernos, espero que no me decepciones.

Lancel repetía esas palabras en su mente una y otra vez, analizándolas, intentando exprimirles toda la información posible. Era lo único que le había dicho Aaron antes de que un rayo carmesí surgiera de su báculo y le golpeara en el pecho lanzándolo contra un árbol dejándole inconsciente.

Poco a poco comenzó a sentir un nudo en su estómago y un malestar en su corazón. Cuando los templarios le encontraron y le enviaron al círculo, Lancel solo tenía cinco años, le dijeron que su familia había muerto porque eran apóstatas, unos maleficars. En aquel momento, Lancel no entendió aquellas palabras pero a medida que creció, aprendió a odiarlas, a sentir repugnancia por ellas. Se convenció de que su familia había hecho mal, le habían puesto en peligro, y por eso habían muerto. Solo quedaba él, el más joven, pero no por ello el más débil. Así que estudió y practicó para ser el mejor. El día que superó su Vigilia, sintió un gran orgullo de sí mismo, todos le felicitaban y le trataban con mayor consideración. Aprendió a querer a sus iguales como si de su familia se tratara, ¿debía creer a un hermano que había estado ausente hasta ahora y pensar que las personas que le habían criado le habían mentido? No, era imposible, Trevin y Calder, incluso el comandante Rickard, no eran capaces de eso.

Su misión seguía adelante, llegaría a Valleverde, buscaría a los templarios, cumpliría su misión y volvería al círculo. Todos estarían orgullosos de él, seguro que hasta los templarios le tendrían en mayor consideración a partir de ese momento. Sería un héroe…



- Oye Tarsius… ¿Tú crees que podemos fiarnos de él?
- ¡Shhhhh! Habla más bajo a ver si te va a oír – Tarsius II miró a ver si el mago se movía, pero seguía de espaldas hecho un ovillo en la otra punta del claro. Habían vuelto al campamento después del incidente – No lo sé Maen, a mi todo esto me parece un poco raro.
- ¿Solo un poco? – contestó Maen con sorna -.
- ¿Tú crees que los mató él?
- No lo sé, pero por si acaso, no te separes de la Poderosa.
- Tranquilo amigo, nunca lo hago.

jueves, 5 de febrero de 2015

Prefacio

El viaje hasta lago Calenhad se había hecho eterno pero al fin volvía a vislumbrar la torre del Círculo de Hechiceros; allí estaba en la lejanía, prominente y orgullosa, dominando el lago con soberbia, como si nada, ni nadie pudiesen derribarla o someterla.  Era su hogar, y al fin estaba en casa.

- Bien, ya hemos llegado – la voz de Cassel, despertó a Calder de su estupor -.

- Sí, hemos llegado – confirmó el con un nudo en la garganta. El pequeño bulto que llevaba con él a lomos de su caballo se revolvió un poco desperezándose, había dormido casi todo el camino. – Mira, Tessa – le susurró al oído a la pequeña niña de rizos rubios que se aferraba a sus manos para no caerse del caballo – Tu nuevo hogar -.

Tessa parpadeó un par de veces para adaptar su vista a la luz del sol de mediodía y miró maravillada el paisaje que se extendía ante ella.

- ¿Es un palacio? – preguntó ella emocionada -.

- Es una escuela – contestó su hasta ahora protector – Allí te enseñarán a dominar tu magia-.

Cassel formó una sonrisa en sus labios que no llegó a sus ojos. Estaba cansado y apesadumbrado. El viaje había sido largo, pero lo peor de todo había sido dejar atrás a sus amigos - ¡Maldito Ugweyn, siempre tan terco! – pensó – Espero que tú y Tarsius os las arregléis sin mataros…

En el fondo de su corazón, el guerrero sabía que había hecho lo correcto. Tessa aún era muy pequeña, podía aprender a controlar sus poderes, asesinarla no era una opción. Algo en lo que su amigo enano, no estaba de acuerdo.

Un pequeño tirón le sacó de su ensimismamiento, miró hacia abajo y se encontró con una cabecita de rizos rubios que enmarcaban un rostro redondo  de ojos verdes y gran sonrisa. Cuando miró a la niña, ella alzó sus bracitos hacia él con la intención de que la abrazara. Cassel sonrió de verdad esta vez, y su expresión se suavizó ante la pequeña. Se bajó de su caballo y la cogió en brazos con suavidad.

- ¡Ala, desde aquí se ven muchas más cosas! – exclamó Tessa desde los hombros del guerrero. ¡Eres casi tan alto como un árbol! – la niña se abrazó a su cuello y le dio un beso en la mejilla – Calder dice que me despida, ya nos vamos a la escuela.

Cassel miró a Calder al oír a Tessa pronunciar la palabra “escuela”.  “Es-cue-la”… Cassel nunca había pisado un Círculo, pero le parecían más bien cárceles; jaulas de oro en las que esconder a los que son diferentes. Lugares donde La Capilla encerraba a los magos y tiraba la llave en nombre del Hacedor.

Calder ignoró la mirada inquisidora de su amigo y tendió los brazos hacia éste para que le devolviera a la niña.

- Cuida de ella – fue más un orden que un consejo -.

- Tranquilo, lo haré – Calder miró al embarcadero donde una pequeña embarcación escoltada por dos guardias vestidos con armadura pesada les esperaban – No puedes acompañarnos a la torre. Los templarios nos esperan – Cassel asintió - ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Dónde vas a ir?
El guerrero se encogió de hombros.

- Me las apañaré – aseguró – ¿Vas a denunciar a Ludwyn ante los templarios?

- He de hacerlo. Es un apóstata.


- Espero que nunca le encuentren – Cassel volvió a montarse en su caballo, echó una última mirada a la torre erguida en medio del lago y otra a su amigo y a la pequeña – Cuidaros mucho. Sabes que las cosas se pondrán feas - Y con las mismas, el guerrero espoleó a su caballo y partió.