martes, 24 de febrero de 2015

Capítulo I.III: Caza de Magos

- ¿Os he dicho ya lo mucho que odio la lluvia? – se quejó Maen por decimocuarta vez. Tenía la ropa empapada. Su abrigo, a la par que otras de sus pertenencias, se había quedado en el remolque del viejo circo que frecuentaba junto con Tarsius II - Si alguien no se hubiera empecinado en desayunar antes de marchar, ya estaríamos en el pueblo – se volvió a quejar -.

- Es la comida más importante del día – aseveró Tarsius II bien abrigado - Así que todo esto es por un mago – siguió Tarsius II ignorando a Maen – Sigue contando, Lancel.

- Un mago no, un apóstata – clarificó el hechicero – Fue identificado por mi mentor en uno de sus viajes. Es originario de Sothmere, aunque hay indicios de que está en Valleverde. Nos llegaron rumores de un curandero que encaja con su descripción.

- Qué curioso, ¿no? ¿Y cómo dices que se llama?

- Ludwyn, se llama Ludwyn.

- No… No me suena.

- ¿Y por qué te iba a sonar? – preguntó Lancel extrañado -.

- Bueno, ya sabes… - comenzó el pícaro intentando salir del paso – Soy un gran guerrero que ha vivido mil y una aventuras. También me he encontrado algún que otro apóstata de esos.

- Ah, ya… Claro.

- ¡Oh, mirad! Ya se ve el pueblo - anunció Tarsius II – Vamos Maen, aligera.

Una vez más Tarsius II se había metido en un lío del que no sabía muy bien cómo iba a salir. Para empezar, él y su amigo se habían encontrado a un mago que bien podría ser un asesino. Por otro lado, él sólo había tenido el gusto de conocer a dos magos en toda su vida; y daba la casualidad de que este posible asesino, iba en busca de uno de ellos.

Había coincidido con Ludwyn en Sothmere precisamente, les había ayudado, tanto a él como a sus, por aquel entonces compañeros, a solucionar un problema con el que casualmente se habían tropezado. Le recordaba como un chico callado, algo tímido pero muy curioso. No haría daño ni a una mosca. Sin embargo Lancel, aunque igual de joven que Ludwyn, tenía algo en la mirada, esa determinación de hacer todo lo posible por cumplir su cometido, pesara a quien pesara. Tenía muy claro cuál sería el ganador en un combate; Ludwyn era un chaval que se dedicaba a curar a la gente, Lancel un mago del círculo apoyado por los templarios. Sin duda estaba en el equipo ganador. Aún así, sentía remordimientos.

- Ojalá te hayas ido ya de aquí, Ludwyn. No sabes lo que te espera.






- Muchísimas gracias Nim  - dijo la mujer abriendo la puerta de su casa – No sabes lo mucho que siento haberte hecho salir de casa con este aguacero.

- No te preocupes, Clara. Lo importante es que tu marido está estable. No te olvides de darle la infusión de hierbas tres veces al día.

- No lo haré – asintió ella – Toma, no es mucho pero… - Clara cogió la mano de Nim y le puso un saquito en ella -.

- No, Clara. No es necesario. Gracias – repuso el joven devolviéndole la bolsa con monedas. La mujer se puso colorada – Volveré pasado mañana a ver qué tal se encuentra Joren.

- Entonces, prepararé ese guiso que tanto te gusta – sonrió ella – Es lo mínimo que puedo hacer.

Nim se despidió de Clara y tras abrigarse bien, salió a la calle en dirección a su morada. Una pequeña casita a las afueras del pueblo. En realidad, la casa era de un matrimonio mayor en la que él tenía una habitación. Había ayudado a la mujer que estaba enferma y el matrimonio agradecido le había ofrecido quedarse con ellos. Pronto se había corrido la voz entre los habitantes del pueblo acerca de sus habilidades y sus conocimientos sobre hierbas, tónicos y métodos curativos; lo que le había hecho muy popular, no sólo entre los lugareños, sino entre los templarios que vigilaban el lugar. Afortunadamente la gente del pueblo le estaba tan agradecida que le avisaban e incluso, le ocultaban cuando había algún peligro.

En estos días en los que había tormenta, Nim echaba de menos su verdadero hogar y a su tía; la mujer que le crió y que le enseñó a controlar su magia. Continuó caminando mientras fantaseaba con la idea de estar en casa y lo que estaría haciendo su tía. Probablemente, cerca del fuego, con uno de sus calderos, preparando algún filtro o alguna poción, perfumando la cabaña con hierbas aromáticas. No pudo evitar cerrar los ojos y evocar ese olor con una sonrisa en los labios.


Y mientras Nim se dejaba llevar por esos pensamientos, no se percató de que la lluvia había cesado, ni de que un arcoíris resplandeciente coronaba el cielo.

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