-¡Maldita sea Maen! ¿Tenías que
robarle al mismísimo dueño del circo? Podías haber esperado a que llegáramos a
Valleverde.
Tarsius II, hijo del gran
guerrero Tarsius, había tenido que echar mano de una buena dosis de ingenio y
una buena sarta de embustes para convencer al circense de que tenía ante él a
los dos mejores ilusionistas-malabaristas del lugar. El hombre, los había
aceptado de buen grado a cambio de tres comidas diarias y un techo donde vivir.
Únicamente les había puesto una condición, permanecer alejados de sus más
preciadas posesiones; su bella y joven hija y el arcón donde guardaba las ganancias.
- ¡No lo pude evitar! Aquel
candado me llamaba como una sirena a un marinero, era tan sencillo… ¡Si no
hubiera sido por el enano ese…! ¡El payaso! - Tarsius asintió fingiendo consternación
– ¡Al menos, si hubieras estado allí, hubiéramos podido hacerle callar!
- Por supuesto, si me hubieras
esperado, nada de esto habría ocurrido. Ya sabes que ni a mí, ni a ella se nos escapa
nada – contestó él jactándose mientras echaba la mano a su espalda para
acariciar su ballesta. La llamaba “Poderosa” y la forma en que la acariciaba
era casi erótica. El amor que sentía por aquel arma era casi reverencial. Maen
no sabía dónde la había conseguido pero nunca se separaba de ella - Por algo
soy el GRAN GUERRERO Tarsius II.
Maen gruñó molesto, ya estaba
acostumbrado al ego de su pícaro compañero, eso no era lo que le molestaba. Lo
que lo hacía enojar era que su error de cálculo hubiera suscitado, aún más la
petulancia de éste.
- Ya - le cortó - Por cierto,
¿dónde estabas? – Le preguntó suspicaz -.
- ¡Qué más da eso ya, amigo! – se
apresuró Tarsius en responder - Lo hecho, hecho está. Miremos hacia delante y
dejemos los actos pasados atrás –.
Maen, lo miró suspicaz pero dejó
el tema a un lado. Tarsius respiró aliviado. Jamás reconocería que mientras el jefe
del circo perseguía a su compañero de fatigas con un garrote por todo el
campamento, él estaba disfrutando de los placeres que le proporcionaba la hija
de éste, jamás admitiría que él también había metido la pata. Y es que lo único
que parecía haber salvado a Tarsius, era que de entre las posesiones de aquel
bestia, éste había preferido salvar el oro que la virtud de su hija.
- Al menos, tengo el argumento de
una nueva canción – comentó Maen jovial -.
Los dos amigos comenzaron a reír
a carcajadas, una vez más se habían metido en líos y una vez más, habían salido
ilesos.
- Deberíamos acampar – sugirió
Maen enjugándose una lagrima de la risa – Es noche cerrada y aún estamos muy
lejos del pueblo.
Caminaron unos cuantos metros más
hasta que encontraron un lugar adecuado al lado del camino. Tarsius II sacó una
manta de su petate y la extendió con cuidado, liberó a Poderosa de su espalda y
la posó con cuidado a su lado antes de sentarse. A continuación, sacó un
paquete envuelto el papel marrón lleno de carne en salazón y queso, junto a un
bollo de pan y comenzó a comer con avidez. Maen se sentó al lado de su
compañero, mirando el embutido con deseo. A diferencia de su compañero, la persecución
no le había permitido volver a recoger su mochila, por lo que la comida y
bebida que tenía se habían quedado atrás. Al menos, no había perdido lo más importante:
sus dagas, su dinero y su pequeña flauta.
- ¿Me das un poco? – Preguntó Maen
a Tarsius poniéndole ojitos. Había perfeccionado esa cara durante toda su vida.
Tarsius miró su comida, luego a Maen y de nuevo su comida pensativo. No le
hacía mucha gracia compartirla, ¡Quién sabía hasta cuándo tendría que durarle!
– Si algún compañero hubiera tenido a bien coger mi mochila al escapar no
tendría que molestarte… - Dejó caer el pícaro.
Un rugido surgió del estómago de
Maen y Tarsius con fastidio se sintió obligado a compartir la comida con su
compañero. Enrolló una de sus lonchas de cecina y un pedacito de queso y se las
pasó a Maen.
- Toma, pero no te acostumbres – contestó
él con la boca llena -.
- Eres muy generoso – respondió él
mordaz -.
Se mantuvieron en silencio el
resto de la cena. Maen pegando pequeños mordisquitos a su loncha de cecina con
queso, y Tarsius masticando a dos carrillos. Tras comer, Tarsius se tumbó en la
manta mientras Maen, apoyado en un árbol tocaba la flauta. La noche estaba
tranquila, era una noche sin luna a finales de octubre; sin embargo, a pesar de
estar en otoño, el calor era sofocante.
- Este bochorno no me deja dormir
– protestó Tarsius sentándose en la manta – Seguro que termina diluviando... Podrías abanicarme un poco en agradecimiento por la cena...
Inesperadamente, una luz roja
iluminó el cielo y un estruendo rompió la calma nocturna. Maen soltó la flauta
sobresaltado.
- ¿Qué ha sido eso? – saltó
Tarsius desde la manta. Asustado, miraba a los lados buscando el origen del
estallido - ¿Es un trueno? ¿Está lloviendo? – preguntaba mirando al cielo -.
De nuevo, otra descarga carmesí, reveló
que no venían del cielo, sino del bosque, no muy lejos de donde se encontraban.
En un abrir y cerrar de ojos, Tarsius estaba de pie con la Poderosa en las
manos, cargada y lista para disparar. Maen con las dagas preparadas.
- ¿Nos acercamos? – Preguntó
Tarsius alterado, él nunca lo reconocería; pero le temblaban las rodillas -.
- ¿Tu qué crees? – Contestó Maen
más bien molesto que asustado -.
- Hombre… - Comenzó Tarsius
dubitativo – Lo que sea que hay, está allí y seguro que no nos ha visto.
Podemos coger nuestras cosas y… - Maen ya había echado a correr hacia el origen
de la luz – Vale, vale… Pues vamos.
Tarsius le siguió ballesta en
mano. Le hubiera gustado que su compañero hubiera optado por el sigilo, que
hubiera tomado cuidado de no ser visto, ni oído; pero Maen había echado a
correr y ya bastante tenía con seguirle entre la maleza y a oscuras. Ahora no
podía preocuparse de guardar cuidado, si no, perdería a su socio. Y si había
algo peor que estar de noche corriendo en medio del bosque hacia un peligro inminente,
era estar de noche corriendo en medio del bosque hacia un peligro inminente y
solo. Así que se aferró aún más a su ballesta y apretó el paso.
Maen se abría camino como podía,
la maleza se le enredaba en la ropa y estuvo a punto de caerse dos veces por
culpa de las raíces de los árboles. Una última luz carmesí apareció ante él y
después nada. La noche volvió a estar oscura y en calma, salvo por su
respiración entrecortada. Por fin la naturaleza se apartó y apareció en un pequeño
claro. Vislumbró un par de sacos y las brasas, medio encendidas, de una hoguera
antes de que una fuerza lo golpeara por la espalda y le hiciera caer al suelo. Un
dolor agudo le recorrió la espalda, a la vez que un gran peso encima no le
dejaba levantarse. Intentó moverse y la carga gimió.
- ¡Levántate, maldito gordo! –
espetó Maen a su amigo que se había tropezado y caído encima de él.
- ¡No estoy gordo! – protestó
Tarsius – Es todo músculo – Continuó mientras se levantaba con torpeza - ¿Qué
ha pasado aquí? –.
Tarsius volvía a estar alterado,
sus ojos se movían de un sitio a otro, inquietos, asustados y muy abiertos. Ya
no había rayos, ni estruendos; solo las consecuencias de todo ello. Varios
cuerpos yacían en el suelo. Inertes y ensangrentados.
- Reconozco la armadura, son
Templarios – dijo Maen – Esto tiene que ser obra de magos – Maen en guardia comenzó
a buscar a su alrededor el desencadenante de aquel horror - Vámonos cuanto antes de aquí –.
Tarsius se acercó a uno de los
cadáveres y comenzó a registrarlo.
- Tarsius, ¿se puede saber qué
haces?
- ¿Qué pasa? – protestó él – Está
muerto y yo tengo necesidades -.
- Vale, pero démonos prisa.
Maen se acercó a otro cadáver que
estaba más alejado, uno que aún mantenía todos los miembros en su sitio y
comenzó a cachearlo. Ante el contacto, la figura comenzó a moverse y a gemir.
- ¡Eh! ¡He encontrado uno vivo! –
chistó Maen a Tarsius -.
Era un chico joven de unos veinte
años. No parecía tener heridas graves, un par de cortes en la cara y un gran
chichón en la cabeza. Con un quejido, abrió sus ojos color negro intentando
acomodarlos a la escasez de luz.
- ¿Quiénes sois? – El joven intentó
erguirse asustado, protegiéndose de las figuras que le observaban - ¿Qué
hacéis? – El joven se alteró aún más - ¿Dónde está él? – Intentaba levantarse y
miraba a todos lados buscando algo.
- Cálmate – le alentó Maen
guardando sus dagas en la cinturilla de su pantalón – Solo estamos él y yo. El
resto están muertos.
- ¡No! – Le espetó - ¡El otro! ¡El
encapuchado!
- ¿Encapuchado? – preguntó Tarsius
con un fino hilo de escepticismo en su voz -.
- ¡Si! – contestó el chico con los
ojos muy abiertos, estaba asustado, se notaba en su voz – Estaba aquí. Les
atacó y a mí también. Me lanzó un rayo y me empotró contra el árbol.
- Chico, aquí no hay nadie – volvió
a intentar Maen – Vimos las luces y nos acercamos. Cuando llegamos no había
nadie. Sea quien sea el que hizo esto, ya se ha ido.
- Tengo que llegar a Valleverde -
el joven dio unos pasos cojeando – Tengo que dar aviso del ataque.
- Tranquilo chico, iremos contigo
– se ofreció Maen – Nosotros también nos dirigíamos allí – El joven los miró
con suspicacia pero hizo un gesto de aceptación – Permíteme presentarme, soy
Maen Radaeris, bardo y hombre de letras.
- Y yo soy Tarsius II, hijo del
gran guerrero Tarsius. Seguro que has oído hablar de mí – El joven negó con la
cabeza un poco avergonzado – Bueno, no importa, soy más conocido en el norte…
- ¿Y tú eres…? – cortó Maen -.
- Soy Lancel – El joven tomó una
especie de palo de madera del suelo y se apoyó sobre él – Mago y encantador del
Círculo de Hechiceros de Ferelden.
¡Maldita sea Diana! ¡Que lo he jugado, y aún así estoy deseando saber como continúa XD!
ResponderEliminarEstá muy bien escrito. Tu sabes que las crónicas de la Dragonlance comenzaron con una partida de rol ¿no? Yo lo dejo caer...
En eso mismo pensaba yo el otro día, Jaime. O las del elfo oscuro de Salvatore.
ResponderEliminarSigue así, Diana. ;-)